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Resignificar el éxito organizacional como la “buena aceptación para el bien común” …y dejar atrás un



Llama la atención que aún se siga perseverando en un management que busca, y prioriza, resultados económicos y financieros como la única manera de concebir el éxito organizacional. En esta tendencia, lamentablemente aún muy difundida y desplegada, prevalece una mirada “hiper” cuantitativa y racional para conceptualizar logros, resultados y, por supuesto, el éxito. Sin embargo, y basta con observar lo que está ocurriendo en el mundo empresarial, esas maneras restrictivas para conceptualizar el éxito comienzan a mostrar evidentes y crecientes síntomas de desgaste, negligencia e ineficiencia, especialmente, para relacionarse con el entorno y en la capacidad de reacción y adaptabilidad frente a nuevas tendencias que interpelan los fines y propósitos organizacionales que se presentan ajenos al bien común.


Este management, exacerbado por métricas, rankings, indicadores e inundado de paradigmas de “cómo se deben hacer las cosas”, tiende a ser miope frente a una nueva realidad que no alcanza a comprender del todo, tendiendo a una repetición obstinada de prácticas y acciones, que no hacen sino poner en riesgo su propia sobrevivencia y legitimidad social. Es decir, prevalece una fe ciega para ser y hacer más de lo mismo, puesto que, lo contrario implicaría una reformulación de sus “drivers” fundacionales que no siempre se está dispuesto a hacer.


Por otra parte, los espacios de encuentro para apreciar, dialogar y reflexionar acerca del sentido y facilitar procesos de “toma de conciencia”, no son promovidos en este tipo de management que impone, como contrapartida, un modelo prescriptivo, normativo y restrictivo de la creatividad y aprendizaje humano. Visto de esta manera, es evidente que el énfasis está puesto en intereses mezquinos e inhibitorios, por sobre otros colectivos y compartidos. La visión individualista prevalece en todos los sentidos. En efecto, a este management le resulta muy difícil instalar una cultura colaborativa puesto que la niega en su esencia y naturaleza. Lo que importa es el resultado y “hacer más”, la exigencia del “siempre más”, o bien, de una excelencia (o “falsa excelencia”) que implica un imperativo de “estar fuera de lo común,” fuera de norma”, con “ser excepcional”.


En estas dinámicas, las personas van construyendo una sobre exigencia continua, que nunca alcanza a ser verdaderamente satisfecha, puesto que siempre “se puede más” (con el consecuente riesgo ético que este tipo de imperativos -metas- organizacionales implican). En estos escenarios, se llega al extremo o paradoja que el individuo se explota a sí mismo para dar más de sí, creyendo infructuosamente que se está auto realizando en una realidad desconectada de sentido (Vincent de Gaulejac, 2008). En esos ambientes, el miedo, el temor o la confusión no son emociones bienvenidas, se tratan con extrañeza e incredulidad. En este estado de cosas, las personas sufren un verdadero “encriptamiento emocional”, cercenándose en partes desconectadas entre sí y embriagadas por una falsa creencia de logro sin sentido. La depresión y los sentimientos de exclusión son un resultado inevitable, que es promovido por este management de “respuestas correctas”.El éxito, así concebido, será siempre una ilusión para las personas.

Resulta esperanzador los nuevos desarrollos, modelos, metodologías, gramáticas y lenguajes que emergen en estos nuevos tiempos para re conceptualizar el éxito organizacional (Sistema B, Economía del Bien Común, Comercio Justo, entre muchas otras) que dan cuenta de una nueva manera de ser y hacer empresas proponiendo a la economía como medio para el desarrollo humano y no como lo humano como medio para los fines económicos y financieros. Avanzar en este sentido, implica un proceso de cambio profundo, consciente y colaborativo para reconceptualizar a aquello que aún, en la gran mayoría de los casos, se considera como “éxito organizacional”. En estos nuevos desafíos, parece oportuno recordar que una de las acepciones del éxito dice relación con la “buena aceptación que tiene alguien o algo” (RAE). De este modo, el éxito organizacional, podría ser considerado, por qué no, como “la buena aceptación para el bien común”. Es una buena manera para seguir movilizando el cambio hacia nuevas realidades más armónicas e interconectadas.




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