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En tiempos actuales, la amabilidad es revolucionaria


El origen latino de amabilidad proviene del verbo “amare” y el sufijo “idad”, que es equivalente a “cualidad”, es decir, la amabilidad es la cualidad de amable. Por lo tanto, el adjetivo “amabilidad”, se refiere a aquél o aquello que es afable, afectuoso o digno de ser amado. Cuando se pierde amabilidad las relaciones interpersonales tienden a ser frías y distantes, con una empatía ausente o bien con una pseudo empatía carente de genuinidad.


Por otro lado, sin amabilidad, la alteridad, entendida como la condición o capacidad de ser otro o distinto, aparece menguada, difusa o desaparecida por completo. En efecto, la ausencia de amabilidad representa la anulación del otro, su supresión, su no existencia (que sería algo más drástico que la antipatía, con ella, al menos, se considera un anti-otro). En este estado, se pone en entredicho todo aquello que aparece como distinto, más bien, como “otro”, desplegando una inercia que opera de manera automática para seguir haciendo lo mismo, de la misma forma y como siempre.


Con la ausencia de amabilidad ya instalada, la conciencia colectiva e interpendiente es vista como una amenaza, “es mejor atender a los propios intereses”. Por consiguiente, la reacción a lo que podría llegar a ser distinto u “otro”, deviene en violencia. La violencia no es sino la manifestación de anulación del otro, para que “ya no esté”, para que “desaparezca”, para que “deje de estar ahí”. Esto aparece aún más complejo cuando, en realidad, no hay “alguien” o “algo” quien imponga esta ausencia de amabilidad al que se le podría, por ejemplo, pedir una “rendición de cuentas”; más bien es el resultado de lo que “hay”, de lo que “está dado” y donde nos sumergimos con una falsa expectativa de autenticidad cuando en realidad “estamos iguales”. En este estado, las necesidades de cuidado, protección, de “ser amado” se van agotando con una realidad que las anula y las condiciona sólo a breves momentos experienciales de “éxtasis” (muchos de ellos virtuales) que operan como verdaderos placebos para luego volver a lo mismo.


La amabilidad, en cambio, cruza fronteras para ir en busca del otro en una interpendencia virtuosa. En un contexto de amabilidad, la alteridad es reconocida, buscada, alentada, cuidada y protegida. Al contrario de lo que sucede con la violencia, la conciencia de la diferencia y, por consiguiente, del otro, deviene en amabilidad. Con la amabilidad es posible acompañar el vértigo de perder el statu quo y despertar la conciencia del otro para que, de manera conjunta co construir nuevos contextos de colaboración, contención, apoyo y generosidad. Una de las características de la amabilidad es que es contagiosa, “se pega” y además "queda" como manifestación de algo auténtico que sintoniza con la necesidad de ser considerado y amado.


En este sentido, instalar la amabilidad en la cotidianidad sería como una verdadera acción revolucionaria, ya que propone un modo de relación radicalmente distinto a las maneras de ser, hacer, estar y tener de estos tiempos que tienden a anular al otro y a lo distinto.

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