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Abrir las puertas a la esperanza

En este último tiempo, también hemos escuchado: “he podido cuidar a mi mamá que está muy enferma, estar con ella y acompañarla”; “antes de la pandemia corría todo el día, llegaba tarde a mi casa y vivía con un permanente sentimiento de vacío y culpa por no ver ni estar con mis hijos”; “he conocido más a mi hermana, sinceramente no sabía nada de ella”; “he visto a mis hijos en horarios que antes era imposible”; “quisiera ver a mis padres y abrazarlos”; “no pensé que iba a aprender tanto de tecnología”; “valoro más mi tiempo”; “me he dedicado a tener un huerto que he compartido con mis vecinos”; “he visto como el árbol cambia según las estaciones”; “de noche, observo la luna y me calmo”.


Estas historias aparecen en un contexto de soledad y de pérdidas dolorosas y profundas. Historias que emergen, a veces sin siquiera pedir permiso, pero que igual se hacen espacio con inesperada osadía y algo de impertinencia, en un contexto que tiende y tienta insistentemente al miedo, temor e impotencia. Al escucharlas, pareciera como si se empezara a despertar de un sueño largo y antojadizo para descubrir lo que quizás ya estaba ahí, dando vueltas y esperando ser tomado y apreciado. Es que ahí están esas historias, conviviendo con todo, entremezclándose, entrometiéndose, regalando matices, abriendo puertas a la esperanza y proponiendo colores diversos. Infinitas historias que están ahora sucediendo y que están siendo guardadas y registradas en algún lugar importante en nuestra memoria colectiva. Historias para cultivar, cuidar y cosechar.


Entonces, ¿cómo seguir? ¿qué hacemos con estas nuevas historias y experiencias? ¿intentar volver a lo de antes para elegir seguir durmiendo y no despertarse? ¿o proteger y cautelar lo que estamos aprendiendo y que representa aquello que ahora valoramos?


Aún faltan más historias por escuchar. Y es precisamente esto lo que está cambiando en el mundo organizacional. Propósitos, liderazgos, relaciones, dinámicas, metodologías, estructuras, servicios, productos se interpelan a la luz de estos nuevos aprendizajes y descubrimientos. ¿Podrán las organizaciones desatender estas nuevas experiencias? ¿cómo podrían conciliar sus actividades con estas nuevas necesidades y expectativas? ¿de qué manera podrían fomentar esa inteligencia colectiva y emocional que permita contener, escuchar y promover aquello que está detrás de estas historias?


Las organizaciones también tienen historias que contar. Sus historias son colectivas, colaborativas y significativas que están sucediendo y siendo registradas en la cultura como experiencias compartidas y cómplices. Algunas organizaciones conscientes y ágiles las escucharán, abrirán genuinamente sus canales y recogerán esos nuevos aprendizajes para comprenderlos, compartirlos y proyectarlos al futuro. Probablemente, serán esas organizaciones que trabajarán en la co construcción de renovados propósitos y definirán nuevas perspectivas sostenibles para el bienestar colectivo y el cuidado de nuestra casa común y las que empezarán, de manera conjunta, a abrir las puertas correctas a la esperanza.




Andrés Ossandón


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